Annapurna


O lo que es lo mismo, la Diosa de la Abundancia. O de la Cosecha. Uno de los ochomiles del Himalaya y junto con el K2, el más peligroso de los catorce picos que superan esta altura. Pero este primero como todo el mundo sabe lo tenemos en Nepal, lo cual frente al Karakorum que se encuentra en Pakistán es ya por increíble que parezca, una deliciosa ventaja.

El Annapurna guarda en sus alturas historias de sinrazón y debilidad, pero también de fortaleza y generosidad sin condiciones. Historias de apuestas perdidas bajo los aludes y los enormes seracs, esos bloques de hielo gigantes y cambiantes que colapsan sin avisar en esa soledad que de repente se presenta sin metáforas, a lo bestia. Esa suma de situaciones extremas que nunca perdonan y que rara vez dan una segunda oportunidad. Por eso el pico de la Abundancia lleva en su seno los cantos de sirena que llamaron a muchos, que allí en el mismo seno quedaron como dormidos, para siempre. Como Iñaki Ochoa de Olza, polvo enamorado que quiso vivir la montaña en su máxima expresión, pura, sin artificios, sin oxígeno adicional y a peso ligero. El alpinista que rechazaba “las reglas, los jueces, las medallas”, y que nunca llevaba encima sino su experiencia que no era poca, unas certidumbres y unas letras de Bob Dylan en la memoria. Y buenos colegas, como el heroico rumano Horia Colibasanu, compañero de Ochoa en la escalada, que aquella primavera eligió morir al lado de su amigo cuando supo que persiguiendo su pasión, Iñaki enfermaba y perdía la batalla. Y sin ponerse a salvo decidió perderla junto a él, en la cara helada de la arista Este a setecientos y pico metros, acompañándolo en la confusión mental que presagiaba un edema pulmonar y además otro cerebral, el mal de altitud en una emboscada posible pero inesperada. Sabiendo que ambos morirían si nadie les socorría, víctimas del aire sin aire que ha de vivirse con el tiempo justo a partir de los cinco mil, troposfera adelante.

Como habría hecho el navarro por él, seguramente. Como hizo el suizo Ueli Steck, que al poco tiempo de saberlo partía desde la base con botas de trekking, anorak de entretiempo y un viento de escándalo sólo para llevar allá lo que tenía disponible, la cortisona útil en estos casos, la Dexametasona. Lo que convenció a un Colibasanu ya hecho a la idea de su muerte a relevarse al límite de sus fuerzas y ayudó al español a robarle más horas a la vida. Entretanto, un helicóptero que retrocede por la espesa niebla, un celular que nadie contesta, un tictac que se acelera y alguien que llama a un ejército para pedir un favor.

Y sería el kazajo Denis Urubko, el mejor montañero del mundo, quien recibiendo las avalanchas una detrás de otra trepaba tras Steck con el oxígeno y alguna cosa más en su mochila, “Urubko se las come todas“. Después sabría llegando al Campo 3 y vivo de milagro, que Ochoa de Olza había llegado al fin de su resistencia una mañana de mayo de 2008, luego de varios días de agonía, pero nunca en soledad, siempre en compañía. Atada la voz a un teléfono sin cable que como él, iba perdiendo su energía. En la afilada arista Este del Annapurna, que horas después se iluminaba con los últimos rayos de la tarde mostrando su inmensa belleza antes de llegar la noche.

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7 Comments on “Annapurna”

  1. Guido Finzi Says:

    Debe haber algún tipo de locura latente, o de inquieto gen temerario que empuja a esa gente a retar a la montaña. No sé. A mí, personalmente, la nieve no me seduce lo más mínimo.

    Un saludo

  2. raindrop Says:

    ¡Qué asombrosas historias de montañeros! Yo no comprendo esa pasión por las altas cumbres, pero me fascina ver cómo estas personas llegan al propio sacrificio por coronarlas.

    abrazos

  3. samuel Says:

    Si, yo creo que esa pasion es mas bien una especie de catarsis, de busqueda personal, de sentido de la mision donde no funciona nada salvo las leyes de la naturaleza, y solo dispones de virtudes o defectos, fortaleza o debilidad, altruismo o egoismo, todo ello jugado a una carta que casi no tiene vuelta atras. Y luego esta esa natural discrecion que caracteriza al montanismo y a los rescatistas, de nombres y apellidos desconocidos para la mayoria.
    Nepal vive gracias a ellos, les cobra un mundo por los permisos, y ellos encima financian obras alla. Y Ochoa de Olza hizo muchas donaciones, y siempre decia, como te pase algo, de ahi no te saca ni la Sexta Flota. Conocia bien la montana, pero quiso vivir asi.

  4. Anonymous Says:

    Yo la verdad, al igual que los compañeros, jamás he entendido ese instinto suicida de retar a la naturaleza. Esa necesidad de jugártela porque sí, para realizarte en ganar una partida que alguna vez puedes perder y no contarla más. Me parece una locura, pero para gustos colores y sabores. :)

    Un beso, Sam.

  5. Chess Says:

    Y el anónimo de antes era yo… me la tiene jugada wordpress…xD

  6. samuel Says:

    Mi color es que prefiero que exista la epica, a que no. Que haya muchos Colibasanu, Ochoa o Steck en este mundo, no por la forma sino por el fondo. Gracias por la visita, otro para ti Chess.

  7. Anonymous Says:

    Iñaki Ochoa de Olza era un hombre que quedaba fuera de todo canon. Formaba parte de ese grupo de personas cautivadas por un tipo de vida reservada sólo para unos pocos, los himalayistas. No en vano, conseguir el formidable reto de subir las montañas más altas del planeta exige unas condiciones físicas y mentales tan extraordinarias como sus 14 cimas. La historia del rescate de Iñaki en mayo de 2008 en el Annapurna da cuenta de esos extraordinarios compromisos y actitudes.


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